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La huella de carbono astronómica: el caso de Australia

  • Título del artículo original: The imperative to reduce carbon emissions in astronomy
  • Autores: Adam R. H. Stevens, Sabine Bellstedt, Pascal J. Elaji y Michael T. Murphy
  • Institución del primer autor: International Centre for Radio Astronomy Research, The University of Western Australia
  • Estado de la publicación: “White paper” para el plan 2016-2025 de la astronomía australiana, acceso abierto en arxiv

La humanidad se enfrenta a la amenaza más grave de su historia. Parece el comienzo de una película de ciencia ficción, pero por desgracia es real: nos referimos al cambio climático antropogénico, o más bien a la emergencia global climática, de la que volvieron a advertir recientemente más de 11 000 científicos de 153 países distintos.

Mucho se ha hablado del cambio climático, y de las formas de atajarlo, pero aún no se están tomando las medidas adecuadas para limitar el aumento de la temperatura media global a “tan sólo” 1.5 ºC. Para esto haría falta disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero hasta llegar a cero neto en las próximas décadas, y sin embargo, las emisiones no dejan de aumentar.

Además de las medidas políticas que se requieren, hacen falta cambios individuales para reducir nuestra huella de carbono, sin los cuales es imposible un cambio de sistema que nos permita seguir viviendo en este planeta. Aparte de los negacionistas climáticos, las personas conscientes del problema aún no hacen lo suficiente para reducir sus emisiones (las llamadas implicatory deniers) y la comunidad astronómica no es una excepción. En este artículo se enumeran las actividades de esta profesión que más gases de efecto invernadero emiten a la atmósfera y qué podemos hacer para reducir nuestro impacto. Como ejemplo se hace un estudio del caso de la astronomía en Australia, pero este estudio es aplicable a la astronomía internacional.

1. Volar menos

Se espera de las personas pertenecientes a la comunidad astronómica que viajemos mucho: conferencias (nacionales e internacionales), viajes para realizar observaciones, reuniones en comités, etc. Muchos de estos viajes se hacen en avión, una de las formas menos eficientes y más contaminantes de viajar.

Como ejemplo, en el Centro de Astrofísica y Supercomputación de la Universidad de Swinburne (CAS, por sus siglas en inglés), se emitieron en 2017 alrededor de 5.4 toneladas de dióxido de carbono (CO2) por persona debido solamente a vuelos (correspondiente a ~1.7 vuelos nacionales y ~1.7 internacionales). Para poner en contexto esta cifra, la media global de emisiones por persona (emisiones totales, no sólo por vuelos) es de 5.5 ± 0.5 toneladas de CO2 por año.

Para conocer otro caso, los autores de este estudio hicieron una encuesta sobre la frecuencia de viajes en avión de los astrónomos del Centro Internacional de Investigación en Radio Astronomía, de la Universidad de Western Australia (ICRAR-UWA, por sus siglas en inglés). Los resultados se muestran en la figura 1.

Figura 1: distribución de las respuestas dadas por los encuestados en el ICRAR-UWA sobre sus emisiones de CO2 debidas a vuelos. En el panel superior se muestra el histograma de las respuestas (distribución de probabilidad frente a toneladas de CO2 emitidas debido a vuelos por año), para cada tipo de personal con distinto color. En el panel inferior se muestra la media de cada distribución (indicada con un símbolo de estrella), la mediana (con el símbolo de una línea vertical) y los percentiles 16 y 84 como líneas verticales más cortas conectadas por barras horizontales. Figura 1 del artículo original.

Encontraron que las personas en posiciones académicas de más responsabilidad volaban más que estudiantes y personas haciendo estancias post-doctorales, y que de media se emitía unas 3.4 toneladas de CO2 por año y por persona. Sin embargo, los autores apuntan que esto es sólo una estimación mínima, puesto que no todo el mundo rellenó la encuesta, y se espera que la gente que más vuelos toma no la quisiera rellenar.

Estos números dan una idea de la cantidad de gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera debido a los viajes en avión de la comunidad astronómica. En el caso de Australia, los autores estiman que el total de emisiones de CO2 está actualmente en torno a unas 4300 toneladas por año. La tecnología actual no nos permite reducir de manera eficiente las emisiones que producen los aviones, y las compensaciones de carbono no son suficientes, así que los autores argumentan que la única solución es simplemente volar menos.

Para empezar, las reuniones de pocas personas durante unos pocos días (como reuniones de comités para la asignación de tiempos de telescopio) deberían hacerse siempre por videoconferencia, lo que los autores consideran que no supondría un gran inconveniente. Las observaciones deberían hacerse a distancia, como ya se ofrece para algunas instalaciones australianas como el observatorio Parkes o el telescopio Anglo-Australiano. Por último, las conferencias y demás reuniones deberían tener sistemas de videoconferencias adecuados.

Volar debería ser el último recurso, y las personas que lo soliciten deberían explicar adecuadamente por qué su vuelo es tan importante como para justificar el impacto climático que supone.

2. Usar energías renovables

El trabajo de astronomía en general implica usar mucho tiempo de computación y de telescopio, dos actividades que requieren una gran cantidad de energía eléctrica, generada en gran parte en centrales térmicas que emiten gases de efecto invernadero.

Como ejemplo, en este estudio se estimó que el mínimo de las emisiones de CO2 debidas al uso del supercomputador Magnus, en el centro Pawsey de supercomputación de Perth, son de unas 14 toneladas por MCPU por hora, y las debidas al superordenador OzSTAR, en Victoria, de unas 17 toneladas por MCPU por hora. Estas cifras permitieron a los autores estimar que en Australia se emiten alrededor de 6800 toneladas de CO2 al año debido al uso por la comunidad astronómica de supercomputadores, una huella de carbono por astrónomo de unas 8.6 toneladas por año, lo que supone un ~60% más que la debida a vuelos.

En el caso del uso y mantenimiento de observatorios astronómicos, la estimación de emisiones es más difícil, ya que los autores no encontraron cifras de consumo energético oficiales de los principales observatorios que usan la comunidad astronómica australiana. Sin embargo, estimaron que estas emisiones serían comparables a las del uso de supercomputadores.

La solución es clara: apostar por aquellas instituciones e instalaciones cuya electricidad sea producida por energías renovables, y apremiar a estas instituciones a instalar paneles solares como fuente principal de su energía. Algunas instalaciones astronómicas ya han empezado estos cambios, pero son todavía insuficientes.

3. Crear incentivos

A pesar de tener argumentos de peso para pasar a la acción y reducir nuestra huella de carbono astronómica (o astronómica huella de carbono, véase el juego de palabras), poco estamos poniendo de nuestra parte las personas pertenecientes a la comunidad astronómica, por lo que se requieren medidas a nivel institucional y gubernamental.

Los autores sugieren la creación de premios e incentivos a las instituciones con menor huella de carbono, de manera similar a lo que se hace para intentar atajar el problema de la falta de diversidad e igualdad en astronomía (ejemplo).

De poco servirá nuestro aporte al conocimiento sobre el universo en un planeta inhabitable, por lo que es crucial que la comunidad astronómica internacional se sume a la acción contra el cambio climático de manera inmediata.

 


Imagen destacada: barras que indican el aumento de temperatura media en Australia (datos desde 1901 hasta 2018). Crédito: Ed Hawkins, datos de Berkeley Earth, NOAA, UK Met Office, MeteoSwiss, DWD.

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